En este proyecto fotográfico, la imagen deja de ser un registro estático para convertirse en una carta viva, una correspondencia visual que se despliega entre el deseo de olvidar y la necesidad de recordar. La artista trabaja con la memoria como un territorio inestable, donde los recuerdos no se conservan, sino que se; se desarman, se transforman, se reescriben, se tocan hasta perder su forma original.

Cada imagen funciona como un portal: un umbral entre lo vivido, lo soñado y lo imaginado. No hay un anclaje geográfico claro —“allá, acá, en todas y ninguna parte”—, lo que sugiere que estas fotografías no buscan documentar un lugar específico, sino encarnar estados de ánimo, pasajes emocionales, geografías íntimas.

En book n.1, Isidora Cáceres nos invita a recorrer una constelación visual íntima y fragmentaria, donde la imagen no busca fijar significados, sino abrirlos. Aquí la fotografía es una forma de escritura afectiva, una carta dirigida no a un destinatario concreto, sino a la propia memoria, con todas sus rupturas, desplazamientos y superposiciones.

El archivo personal —compuesto por fotografías familiares, autorretratos, escenas domésticas, objetos— se convierte en materia viva. No se trata de preservar el pasado, sino de desarmarlo, revisitarlo y reconstruirlo desde el presente. La artista trabaja la imagen como se trabaja un recuerdo: lo toca, lo altera, lo reescribe. Así, lo que podría haber sido un registro se transforma en evocación, en huella sensible de algo que quizá ya no está, o nunca estuvo del todo claro.

 La edición del libro acentúa esta lógica fragmentaria. Las imágenes no están ordenadas de forma cronológica ni temática, sino que se entrelazan como pensamientos sueltos, como fragmentos de cartas escritas y reescritas en distintos momentos. Hay repeticiones, desplazamientos, ecos visuales. En este montaje rizomático, el archivo se transforma en un espacio de resonancia, en un cuerpo vivo en constante cambio.

“Me resisto al paso del tiempo”, escribe la artista. Esa resistencia se encarna aquí en un gesto poético: estirar el presente hasta hacerlo habitar múltiples tiempos a la vez. ojalá olvidar, pero te escribo imágenes, no documenta, sino que recuerda. Y al recordar, reimagina. En esa tensión entre olvido y persistencia, entre huella y fantasma, Isidora Cáceres suspende el tiempo —no para detenerlo, sino para habitarlo de otra manera.

Gabriela Pinto